CONVIVENCIAS SOÑADAS
Ella era un ángel en la piel de una bestia que soñaba siempre con encontrar a otro ángel. Por ello se confundía, en su locura de soledad, y tomaba por ángeles a demonios que la descuartizaban. En su confusión creía vivir una realidad que no era más que un sueño, de la que despertaba siempre con horror. Cuando creía haber encontrado el amor bautizaba a su pareja con el nombre de “Ángel”, pero el verbo no hace al hombre, por mucho que quisiera llamarle “Ángel”, ella carecía del poder para convertirlo en tal. Por ello al despertar se encontraba de bruces con ente opaco y oscuro, un espectro maldito, que la empujaba hacia la cama y abusaba de su alma. No con un ser de luz como ella imaginaba.
Le llegaba una imagen a la mente, era la cabeza rapada de Ángel, se asomó a la ventana y allí estaba. Él iba acompañado por otra mujer, llamaban al timbre del edificio de enfrente, y se abría una enorme puerta por la que debieran subir. ¿A dónde iban?, probablemente a la habitación que daba a su única ventana, aquella del edificio más alto, que le tapaba la luz del sol. El interior de aquel lugar, se podía adivinar a través de las secuelas que las vivencias de sus inquilinos, dejaban ver por los orificios de sus enormes ventanales. Sofi sólo podía ver las difusas imágenes, que escapaban por aquellos cristales sucios, aunque suntuosos. El edificio era de estilo modernista. Un atrezo de cuero se insinuaba en una esquina, aunque era su imaginación, la que orquestaba y recomponía toda aquella escena. Apenas podía ver nada con claridad.
Sentía el poder de la mirada de Ángel, a través de los opacos cortinajes de terciopelo, como si la estuviera observando con visión de rayos equis. Pero, ¿se trataba de un sueño?
Por las mañanas solía sentirse agitada al despertar, como si hubiera estado toda la noche despierta, ocupada, activa. Se sentía terriblemente cansada, somnolienta, como si no hubiese dormido.
La única manera de librarse de ello, era compartir su cama con un compañero activo sexualmente. Lo cual le daba un plus adicional de cansancio, pero esta vez gratificante. Era la terapia perfecta para poder dejar arrinconados los vómitos de su subconsciente. El éxtasis carnal, era para ella un pasaje directo. Le permitía dejar la mente en blanco y llegar al nirvana, a través de autopistas con peaje. ¿Qué cuál era el precio de aquel peaje? Su juventud, la cual se consumía, al adentrarse en exóticos caminos, que no la conducían a ninguna parte. Era la búsqueda inútil del amante ideal. Una lucha de perras en celo por el tío “más o guapo o interesante”, por el macho alfa. Pero la cosa no solía acabar en matrimonio, sino en disputas. Al menos, a no ser que los padres de la princesa fueran millonarios. Para el resto de la plebe, la realidad no era como la de los cuentos de hadas. El “princi-pito” o más bien el “pito-prince”, no solía conformarse con una sola princesa. ¿Para qué?, habiendo tanto donde elegir, y tanto pibón partiéndose el culo por engatusarlo.
Dichos hombres, arrogantes y sobreestimados, acababan cediendo ante la extrema juventud, el dólar o las artes de las más obsesivas y obstinadas. Arañas predadoras, las cuales luchaban a muerte por ellos, y una vez los tenían bien atados, les iban succionando lentamente. Les arrebataban la vida, sin que ellos lo notaran, inoculándoles el dulce veneno de la mentira.
Pero para ser “alfa”, no era necesario que ellos estuvieran especialmente dotados. Lo importante era, que supieran hacer bien lo propio: creerse, y sobretodo hacer creer al mundo, que eran excepcionales. Algunos de ellos, los más desgraciados, solían ser abandonados a su suerte después de haberse reproducido, una vez consumidos, sin ilusión ni autoestima: engordados, calvos o envejecidos. Era entonces cuando la araña cazadora, si aún conservaba su poder, ponía el ojo en otra presa. Ellos pasarían entonces a pagar religiosamente cada mes la cuota de manutención de sus hijos, y a tener que conformarse con el cariño de la prole, que los verían con suerte, en horarios y días asignados.
De este modo la dicha del alfa se transformaba en su propia maldición, a no ser que se tratara de un verdadero canalla. La falta de empatía era la clave. En grados tan altos, que con la evolución del último siglo, llegaban a lindar con la psicopatía. Incluso si a nivel físico, el alfa no era nada del otro mundo. Si su mirada era segura y altiva, su dependencia inexistente, su mirada hechizante, o su voz simpática o atronadora, le bastaba para tener a su alcance a todas las mujeres que quisiera. Éste a veces se sabía envolver de un aura de misterio. La mayoría de los casos extremos, acababa por avocarse al BDSM. En definitiva, sólo sobrevivían los hombres que mantenían a raya sus afectos y empatías, incapaces de ver la realidad, alienados por su ego, y hasta cierto punto conversos al sadismo emocional imperante. Era un universo despiadado y predador, en el que: o devorabas o eras devorado.
Sofí no comulgaba con ruedas de molino, y aunque sus instintos a veces la empujaban hacia los precipicios de aquel contexto. Acababa siempre maltrecha, como un Quijote que lucha contra gigantes que son molinos. Y es que Sofi era una pieza del puzle que se negaba a encajar por convicción propia. Su ideal del amor distaba mucho de aquel universo de bestias. Era como si de repente, alguien le hubiera introducido en un nido de víboras, y se tuviera que adaptar a sus reglas para sobrevivir. Es más, era como si hubiera nacido encarnada como una víbora sin saberlo, y se creyeras ser otra cosa. Víbora, araña, qué más da. El caso es que a veces se sentía como si habitara la piel de una bestia sin querer habitarla, rodeada de bestias, con un remanente espiritual evolucionado. Con un gran corazón que la llevaba a querer perdonar, sacrificarse, comprender, amar. Pero a cada intento sufría un mordisco o picadura. Tras la agresión, se le despertaban sus instintos animales, la rabia, el instinto de atacar. Y ahí es donde la realidad se enmarañaba de tal manera, que ni bestia, ni ángel. Dejaba de reconocerse y de amarse a sí misma:
Se enfurecía contra los espejos, se autolesionaba y perdía completamente su identidad. Era la razón por la que siempre acababa huyendo de los demás. Para poder escucharse a sí misma, ser ella misma, mantener el equilibrio. Para recordar o redescubrir quién era.
La vida en pareja, no era una ayuda, no al menos en aquel contexto, sólo era una autopista hacia la desesperación.
Y aun así con el tiempo, la competencia del creciente número de mujeres, y el escaso número de hombres, era tal, que Sofi tuvo que ir bajando el listón de una manera dramática. Hasta acabar con tipos que parecían más bien retrasados mentales. Y lo peor de todo era que se auto engañaba, hasta tal punto, que imaginaba excentricidades en actitudes, que no eran el resultado de la rebeldía, sino de la más pura estupidez. Llegando a enamorarse momentáneamente de auténticos palurdos con aires de grandeza. Para colmo, éstos la trataban peor que a unas alpargatas usadas. Era una locura, como si de repente hubieran bajado del altar todas las ofrendas florales y se las hubieran arrojado a los cerdos como alimento, una vez pisoteadas en el estercolero.
Ella era un ángel en la piel de una bestia que soñaba siempre con encontrar a otro ángel. Por ello se confundía, en su locura de soledad, y tomaba por ángeles a demonios que la descuartizaban. En su confusión creía vivir una realidad que no era más que un sueño, de la que despertaba siempre con horror. Cuando creía haber encontrado el amor bautizaba a su pareja con el nombre de “Ángel”, pero el verbo no hace al hombre, por mucho que quisiera llamarle “Ángel”, ella carecía del poder para convertirlo en tal. Por ello al despertar se encontraba de bruces con ente opaco y oscuro, un espectro maldito, que la empujaba hacia la cama y abusaba de su alma. No con un ser de luz como ella imaginaba.
Fatalmente se había vuelto a enamorar, le había vuelto a bautizar como Ángel. Éste tenía unos ojos brillantes como estrellas, capaces de atrapar a la más esquiva de las miradas. No era esencialmente alto, ni de complexión robusta, pero estaba duro y fibrado. Tenía una especie de aversión al pelo, decía que le hacía recordar su origen animal y primitivo. Se afeitaba la cabeza y depilaba todo el cuerpo, lo cual le daba un aire que alejaba el deseo a primera vista. Era una vez, después de caer en sus redes, cuando sus mandíbulas te comenzaban a inocular el dulce veneno del enamoramiento. Él negaba incansablemente su lado animal, y se enfocaba en su parte espiritual. Se arrancaba los pelos de animal, y en dicho ritual, se sentía renacido en forma de semidiós. Pero tanto desprecio a los animales, no hacía más que delatarle y esconder también su desprecio a la dependencia emocional y al afecto.
Llevaba tatuados extraños símbolos en los brazos, piernas y pecho, los cuales utilizaba como pretexto para depilarse. “No querrás que permita que la pelambrera arruine estas costosas obras de arte”.
Además llevaba perforadas las orejas, nariz, pene y ombligo. Aun así no era capaz de conseguir que Sofi le imitara, y renegaba como un pitufo gruñón, cada vez que accedía a su poblado y denso jardín púbico. Le decía: “Pruébalo, ya verás que pasada, vamos a disfrutar como nunca”. Por lo demás, su alma estaba resabiada, como la de un tipo maduro, pero su aspecto era juvenil. Debía estar adentrado en años, pero no lo aparentaba para nada. El afeitado craneal contribuía, disimulando posibles calvicies, canas y otros signos de la edad.
Sofi, pensaba en él, cuando se puso a sonar por la radio el viejo tema de “Un ángel turbio” de Chucho.
Acababan de llamar a la puerta, era Ángel, traía consigo una mascota. No hubiera aparentemente habido motivo para que Sofi reaccionará tan mal ante aquel animal, salvo porque éste era totalmente carente de pelo como el dueño. Se trataba de una serpiente pitón, que no era demasiado grande, pero se movía como nadie.
-Es como mi polla, dijo Ángel, el cual jugaba con ella. -Ven acaríciala, no seas pava, seguro que os hacéis amigas, así suave, con el pulgar y el índice arqueado, hacia arriba y abajo, como si estuvieras haciéndome una paja.
-Cada día, desde que te conozco eres más obsceno, por qué no pruebas a ser el mismo de cuando te conocí.
-Para qué, si así nos va bien, ¿no crees?, muñeca.
-¿Para qué te has traído ese bicho?
-Para que viva con nosotros, en nuestro nidito de amor, será como nuestra hija, te noté algo distante estos días y pensé que Serena, la serpiente, podría hacerte algo de compañía. Si le das un ratón vivo a la larga, ya ni te enteras de que está aquí entre nosotros. Ni meadas, ni cagadas, ni pelos. Es un bicho muy limpio, nunca me quedó claro donde se lo hace. Lo único con lo que te puedes tropezar, es con alguna de sus pieles, pero eso ocurre solo de tanto en tanto.
-¿Y si me despierto un día y encuentro que la tengo enroscada en la cama?
-Pues sólo te pido que no la vayas a confundir con mi pene, jajajaj
-No seas bestia, contigo no se puede, mira lo que haces con ese pobre animal, pero quiero que desaparezca de aquí mañana sin falta.
-Ya empiezas como mi “ex”, en cuanto os dejamos solas os hacéis las dueñas de la casa, es como si uno no pudiera vivir su vida sin que las mujeres se le entrometieran.
-Sabes que soy partidaria de que cada cual tenga su espacio, casi tanto como tú, pero no puedo soportar la idea de convivir con una serpiente como ésta, es un animal peligroso.
-Ya, pero recuerda quien ésta pagando últimamente los recibos.
-Ya estamos, a veces pienso que no eres tan diferente como pensaba…
-Diferente de quién, querida.
-No sé me ha venido a la cabeza la figura de mi padre, él solía detentar el poder, escogía los programas de televisión, decidía lo que habíamos de comer, y gozaba de completa y total autoridad. Mi madre lo consentía con la excusa de que él pasaba mucho tiempo fuera y se sacrificaba por todos nosotros. Aunque ella en realidad se sacrificaba tanto como él y odiaba su papel de ama de casa.
-¿Y qué tratas de insinuarme con eso?
-Nada, simplemente que me acabo de acordar de mi familia. Acto seguido se puso a llorar. Sus progenitores habían sido maestros del amor y del cariño. Pese a provenir de un linaje parduzco y haber seguido manuales de vida y creencias adulteradas por un sistema esclavista. Se habían mostrado con ella terriblemente afectuosos y totalmente entregados a su infancia. Sacrificándose a sí mismos, con tal de mantener firmes las raíces familiares y proteger a sus ancestros y descendientes. Nada de castillos, ni fortunas, ni reinos. Su legado no era material, sino espiritual. Se basaba en darles a los hijos una buena educación, tomándose su cuidado de una manera tan devota, que el rol de “ser padres” rallaba en el integrismo.
Su infancia había trascurrido en un gris edificio, en un barrio obrero de Argentina. Su padre, aunque tenía la cátedra de filosofía, no pudo conseguir nunca un trabajo acorde a su formación, ni pasar de un mísero salario.
Sofí sentía, no sólo la pérdida de sus seres queridos y la lejanía, sino también la añoranza del cariño y proximidad de su familia. Lo que más le repateaba de Ángel, era que no sólo era incapaz de demostrarle afecto, sino que además, algunas veces se ponía de lo más cínico con ella sin motivo alguno. Puede que fuera porque estaba celoso, pero ¿de qué? O ¿de quién? Sofí hacía ya tiempo que había dejado de mirar a otros hombres. Él parecía como si estuviera eternamente enfadado con ella, y su conducta parecía más bien obedecer al despecho.
-¿Qué es ese papel que sostienes en la mano?
-Es un texto, lo escribí esta mañana, ahora en un rato te lo leo…
Lo leeré completamente en unas horas, pero debo decir que lo que he leído es bueno, no se mucho de términos literarios pero el acerbo utilizado está bien utilizado, y a pesar de ser “una experiencia soñada”, las situaciones descritas son el retrato de la realidad social que nos quema bajo las cortinas de empleos, profesiones, redes sociales y medios de comunicación. No pude evitar identificarme con “Ella”, la que tanto sueña con encontrar ese ángel, no pude evitarlo, debo confesar que aunque se que no soy el único, mi “especie”, por así decirlo, se está extinguiendo, se nos está obligando a mutar, a transformarnos en monstrous humanos buscando lacerar lo muros de la ciudad en espaldas femeninas maltratadas por los látigos del la indiferencia sentimental.
Yo seguiré siendo yo, de los que saben que hallarán ángeles por ahí, de esos que siguen persiguiendo bestir no sólo un cuerpo sino un alma con las manos.
Hola James, disculpa que haya tardado tanto en contestar, pero es que andaba muy liada con el trabajo. Me alegra que te haya podido interesar el texto, y tengo curiosidad por saber si lo pudiste releer, me encantará recibir tu feedback.
Actualmente estoy en la finalización de la novela, de la que este texto es una pequeñisima muestra, estoy barajando varios títulos y quizás publique algun fragmento más, aunque todavía no lo he decidido, estoy entre titularla: “mirar sin darse cuenta” o “imput overdose”.
En fin un fuerte abrazo y gracias por leerme 🙂